IV – EJERCICIOS DE TRANSFORMACIÓN Y SANACIÓN
EL DOLOR
El dolor siempre es una señal de nuestro cuerpo que nos
informa de la necesidad de pararnos y relajarnos.
El dolor nos indica que hemos ido demasiado lejos en una
dirección y que necesitamos, en la mayoría de los casos, ir en la dirección
opuesta para restablecer nuestro equilibrio.
Tomemos dos ejemplos. Un dolor en nuestro plexo solar nos
indica siempre que hemos ido demasiado lejos en nuestra voluntad de querer
controlar, dirigir, tener poder en una situación… o bien lo contrario, que
hemos reprimido nuestra fuerza durante demasiado tiempo, que hemos retenido una
ira o que hemos, de una forma u otra, mermado para los demás.
Así que observemos en qué dirección hemos ido demasiado
lejos, relajémonos y decidamos tomar la dirección opuesta sin tardar.
Lo mismo ocurre con un dolor en el corazón que nos indica
que, o bien hemos “dado demasiado”, como San Bernardo o el Salvador, que nos
hemos alejado de nuestro centro y perdido en el mundo, lo que nos da la
sensación de dar siempre sin recibir nada a cambio, o bien hemos cerrado la
puerta y nos hemos aislado durante demasiado tiempo sintiéndonos diferentes,
incomprendidos por los demás, etc.
Pero ¿cómo queremos recibir
si no estamos en casa? Para recibir debemos estar aquí, presentes en
nuestro centro, y no ausentes en algún lugar del mundo o en nuestros
pensamientos. El punto del recibir es el corazón. Si nos alejamos de nuestro
corazón, ¿cómo queremos tener la posibilidad
de recibir? Aunque el huésped esté aquí, si la puerta está cerrada y no
estamos dentro, no podemos recibir.
En este caso, es hora de hacer el camino inverso y dejar de
dar, entrar en nosotros y darnos, y después abrirnos para recibir.
En el caso de que nos hayamos aislado, ya es el momento de ir
al mundo para dar y compartir, con el fin de darnos cuenta de las ilusiones que
hemos creado en nuestra celda.
El mundo es sólo pura manifestación de amor, es importante
reconocer esto.
Entonces, cuando hayamos detectado hacia qué dirección nos
llama el cambio, quedarnos con el dolor, presentes simplemente con él, entremos
en él y relajémonos en él. Si no desaparece con nuestra mirada y nuestra
aceptación, es posible que nuestro cuerpo nos informe de que es hora de
atrevernos a ir a pedir ayuda. Tal vez sólo necesitamos una confirmación
exterior de que el universo se ocupa de nosotros y no nos abandona.
En todos los casos, el dolor es un gran maestro que nos
muestra que aunque somos libres de ir más lejos en el desequilibrio y el no
respeto de nosotros, el universo no nos abandonará. Cuando hayamos recibido
suficientes pruebas de ello, la “prueba” del dolor cesará.
Y de la misma manera que en la foto de la primavera oriental
en la que un hombre pasea –con su gato en la mochila- entre cerezos del Japón en
la Universidad de Tongii de Changai en la costa del sur de Corea, nosotros
despertaremos al gozo de la nueva primavera, en medio de los cerezos en flor
compartiendo nuestra experiencia con nuestros seres más queridos.
Los juicios que emitimos sobre los acontecimientos, sobre los
demás o sobre nosotros mismos son los únicos, ciertamente, los únicos factores
de parálisis ante cualquier cambio.