¿Qué es la divinidad? ¿Cuál es la naturaleza de
esta relación suprema? El que habla, dice el Tao Te King, no sabe. No se puede
expresar en palabras. Muchas religiones nos enseñan que esta intimidad definitiva
no es separable, ni siquiera distinta, de nuestras relaciones cotidianas en la
familia, el matrimonio, la comunidad y la amistad. Sin embargo, es una
dimensión que podemos perdernos si nos cerramos a su presencia. Podríamos
recurrir a las religiones del mundo –una vasta fuente de poesía, confesión,
plegaria i ritual- para instruirnos en esta dimensión de la relación, pero en
último término encontraremos esta corriente oculta en todas nuestras
relaciones, a nuestra manera, única y especial. A algunos se les puede
presentar en un momento de éxtasis, a otros en una época de tormento. Puede
adoptar la forma de una comunidad profundamente satisfactoria o puede aparecer
en un instante de serena soledad, en el que, con Emily Dickinson, descubrimos
que las colinas son nuestros amigos más verdaderos.
Sabiendo que la relación posee esta vena
divina, podemos sentirnos libres de disfrutar plenamente de sus elementos
humanos. No nos distraeremos con las imperfecciones de nuestra pareja o nuestra
familia. No exigiremos que la relación se desenvuelva según nuestras
expectativas e ideologías. No necesitaremos controlar cada centímetro del
camino juzgando con angustia. Quizás incluso lleguemos a descubrir que siendo
bondadosos con los demás podemos aprender a ser bondadosos con nosotros mismos,
una virtud que se echa de menos en una época de un moralismo psicológico de
ancha repercusión.
Si cuidamos del alma en nuestras relaciones y
por medio de ellas, podemos disfrutarlas tanto práctica como místicamente, y
con auténtica tolerancia hacia la individualidad de los demás, en la relación
en sí y en nosotros mismos. Podemos permitir que ocurran acontecimientos
imprevistos, dejar que las personas cambien, tolerar nuestros anhelos y
nuestras propias necesidades idiosincrásicas, y apreciar y disfrutar de una
comunidad de individuos que quizá piensen de otra manera que nosotros, vivan de
un modo peculiar y se expresen sin demasiada racionalidad. Pues en eso consiste la relación: en descubrir
la multitud de maneras en que el alma se encarna en este mundo.
Toda relación, desde la intensa proximidad
entre padres e hijos o entre los miembros de una pareja hasta las relaciones
más distantes con compañeros de trabajo o con personas con quienes hacemos
negocios, o incluso con el conductor del autobús que tomamos cada día para ir a
trabajar, es un entretejimiento de almas. El don que hay en este
entretejimiento no es sólo la intimidad entre personas, sino también una
revelación del alma misma, junto con una invitación a introducirnos más
profundamente en sus misterios. ¿Qué
puede expresar mejor el objeto de la vida humana que comprometerse con esta
alma, con sus cualidades manifiestas y ocultas, sus alquimias misteriosas y sus
devociones transformadoras? Si podemos encontrar el mundo entero en un grano de
arena, también podemos hallar el alma misma en ese pequeño punto de la vida en
el que se cruzan los destinos y se entremezclan los corazones.
Las Relaciones del Alma de
Thomas Moore
Cuando aguantamos, no expresamos lo que nos duele, en general
es debido a que no queremos herir al otro, hacerle daño ya que conocemos por
nuestra propia experiencia el dolor que nos causan estas situaciones. Como esta
acción de aguantar es anti-natura, es decir que bloquea el flujo natural de la
energía, llega un momento en que estallamos o decidimos romper la relación con
el fin de sobrevivir, protegernos. Es un acto sano hacer este primer paso, es
una decisión que nos aporta tranquilidad, autoestima y nos sentimos mejor con
nosotros mismos, nos hemos tenido en cuenta ya que en la situación anterior no
lo hacíamos.
Una vez obtenida la distancia y el sosiego, podemos empezar a
observar e investigar cuales son los motivos por los cuales no nos atrevíamos a
expresar nuestras emociones, a poner límites; a reconocer las dificultades
emocionales para expresar, pedir, limitar y comunicar.
Poco a poco conociéndonos en más profundidad y darnos cuenta
que la situación nos ha servido para aprender a ser nosotros mismos y a vivir
con más libertad.
En el primer momento pasamos de un extremo a otro y luego
siendo conscientes de los motivos que nos han movido a actuar de esta
determinada manera, vamos encontrando un punto medio de equilibrio, donde la
respuesta no es de supervivencia sino de madurez, de acercarnos más a ser
humanos, a mostrar nuestra humanidad, que como dice Eduardo Carbonell aún no lo
hemos conseguido. Si aún no somos humanos ¿cómo podemos ser espirituales? El
ser humano es en su esencia un ser espiritual. En la medida que nos humanizamos
nos espiritualizamos, ambos van a la par.
Os propongo para estas vacaciones momentos de
silencio en la naturaleza, en la terraza, en el jardín… sintiendo el reino
vegetal, observando su sencillez, humildad, de ofrecernos sus dones, belleza,
su vida. Sentir la brisa, el aire, el mar, la tierra, todos los elementos que
constituyen la materia y observar en qué momento nos encontramos en comparación con estos elementos
que tenga alguna semejanza con nuestra
vida. Cualquier cosa es una oportunidad para aprender, hacer consciencia. Todos
los seres vivos, todas las energías si las observamos nos muestran el camino
hacia la esencia.
Ejercicio de Concentración y Meditación de la Montaña ó
Libre.
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