En primer lugar, es necesario ser conscientes de que el Amor
incondicional no existe en el mundo de la mente pensante, simplemente porque la
mente pensante piensa, cree y reflexiona. Esto es un mundo en sí, mientras que
el Amor se sitúa más allá del razonamiento y de la creencia.
El Amor es un mundo que experimentamos cuando dejamos de
pensar y de creer. No puede ser de otra manera. No podemos decir que estamos
tomando un baño quedándonos fuera del agua. Estando fuera del agua podemos a lo
sumo pensar en la estructura del agua, en su composición, podemos imaginar la
sensación que nos procuraría si estuviéramos dentro, pero esto sólo es una
imaginación que sin lugar a dudas nos separa de la experiencia misma.
Por lo tanto no existe ningún otro medio de vivir el estado
de amor incondicional que el de dejar de pensar en él y ¡vivirlo!
Podemos describir lo que significa el amor, lo que no es
amor, en qué podemos reconocer si estamos o no en el amor, ¡pero esto no nos
será de ninguna utilidad si nosotros mismos no elegimos saltar, en este preciso
instante!
También podemos “prepararnos” para este salto, asegurarnos de
que no hay ningún peligro, convencernos de que sabremos nadar y así
sucesivamente, pero tarde o temprano el acto de saltar será necesario. “Vivir
el Amor” empieza por una elección, una decisión, nos plantea si verdaderamente
deseamos ver cumplido y realizado el objetivo hacia el que os conduce, nos pide
ser valientes y abandonar nuestras dudas e indecisiones.
Este salto al Amor nos da miedo, porque nos confronta con
nuestra soledad existencial. Debemos hacerlo solos y aquí sabemos que la
creencia en un salvador ya no tiene ningún efecto de seudo-serenidad. El
salvador somos nosotros, nuestro YO SOY; somos los únicos en poder decir YO
SOY. Por lo tanto, somos llevados a tener la experiencia consciente de la soledad.
Así, es necesario definir con claridad lo que significa la
soledad a fin de no incurrir en una pseudo-experiencia de amor. Si creemos que
la soledad es igual al aislamiento, nunca nos atreveremos a dar el salto, ya
que el aislamiento es la negación del amor, la negación de la vida, y nuestra
alma sólo tiene un único y profundo deseo: sanarnos de la ilusión del
aislamiento en el que nos hemos perdido al tomar un cuerpo de carne.
Es bueno, por lo tanto, no confundir el aislamiento con la
soledad. El aislamiento es la consecuencia del niño enojado que hay en
nosotros, porque no se siente comprendido, ni amado, ni aceptado; se siente
aislado en una prisión oscura en la que se cree abandonado. El aislamiento es
una elección que hacemos únicamente para reconocer que nosotros, y solo
nosotros, estamos inmersos en esta experiencia, y por lo tanto, nadie más que
nosotros mismos nos liberará. El aislamiento nos enseña que somos los únicos
capaces de elegir nuestra experiencia y que la experiencia de la prisión no es
más que una consecuencia de esta elección.
La prisión del aislamiento es nuestra manera de empujarnos
hasta nuestros límites con el fin de descubrir que esta manera de vivir no nos
corresponde. Existen personas que creen que esta experiencia de sufrimiento y
aislamiento es necesaria para liberarse de su prisión.
Como sabemos ahora que todo aquello en lo que creemos se
manifiesta inevitablemente en nuestra experiencia, sería bueno preguntarnos si
también hemos decidido que esta creencia es verdad para nosotros. ¿Creemos que para evolucionar debemos pasar
aún mucho tiempo en nuestra prisión, aislados y abandonados? ¿Creemos que la
evolución sólo es posible por la vía del sufrimiento?
Ciertamente si tomamos esta elección, no damos pruebas de
amor incondicional hacia nosotros mismos.
El amor es una experiencia de unión y no de aislamiento.
¿Qué es la soledad?
La soledad es la
experiencia de bastarse a sí mismo.
Donde quiera que nos encontremos, si estamos en el amor
verdadero hacia nosotros mismos, experimentaremos la soledad y el estado de
no-separación. La soledad es la experiencia de estar sin expectativa ninguna,
de ser fieles a quienes somos, tal como somos, no dependiendo de nadie, no
esperando nada de nadie, ni esperando un cambio de situación, sea cual sea. La
soledad es el hecho de estar presente, con nosotros, en nosotros, conscientes
de quiénes somos y conscientes de nuestras películas, conscientes de que nada
exterior existe si no es en tanto que espejo, un reflejo de nuestra propia
consciencia.
La soledad es lo que podríamos llamar: un pasaje obligado
para atreverse al abandono al amor verdadero, ya que no aceptaremos la soledad
a menos que reconozcamos que todo viene de nosotros mismos y que somos
responsables de nuestra vida.
Hay dos movimientos esenciales que sin cesar tienden a equilibrarse
para mostrarnos quiénes somos: uno es la meditación, la vuelta a la soledad y a
la experiencia del ser único que nos anima, y el otro es el amor, la
experiencia de la proyección de nuestra luz en el mundo manifestado el cual nos
devuelve, por el juego de espejos, la experiencia del regreso a la fusión de la
unidad de todo y de todos los seres.
Estos dos movimientos son los dos movimientos originales
femenino y masculino, que tienden en la actualidad a reconciliarse y a reunirse
a fin de crear lo que algunos llaman el Reino de Dios en la Tierra o la Edad de
Oro, o también el Reino de Shambhala.
Algunos de nosotros nos esforzamos por volver a encontrar
este estado de amor únicamente por uno de los movimientos: el movimiento
exterior; amar hacia afuera, y descuidan el movimiento inverso de regreso al
interior y a la soledad por la meditación. Creemos que volver al interior es un
acto egocéntrico, pero en realidad esto es otra astucia de la mente sobre todo
para no reconocer que se han aislado profundamente. Son momentos de dejar
crecer este movimiento hacia el interior para podernos dar cuenta de que, a
menos que hayamos atravesado la ilusión del aislamiento, no podemos amar de
verdad.
Para amar, tenemos que tener la experiencia de la soledad,
pues solamente en ella podremos descubrir nuestro amor hacia nosotros mismos,
nuestra no-separación de Dios y del mundo espiritual del que procedemos.
Ningún libro sabría aportarnos esta experiencia, sólo podemos
elegir conscientemente entrar en nosotros y acercarnos a nuestro Silencio
profundo, a nuestra Fuente.
Cuando en este Silencio volvamos a ser pura conciencia
amorosa y radiante luz, entonces estaremos preparados, realmente preparados
para compartir este amor y esta presencia de manera auténtica.
POEMA DE AMOR PARA EL QUE YO SOY
Fuente de vida, perla de amor,
Siento tu aliento en mi corazón.
Siento el canto del infinito
Llenar mi alma, ESTOY AQUÍ.
Soy esa fuente, soy esa vida,
Soy el amor del alba que viene.
En la presencia de este instante
Yo te siento, mi corazón de infante
Yo te siento, mi dulce amante.
El que brilla, el que da, libera de las
ilusiones del tiempo.
Mi corazón, te amo, te siento, tu paz me llena,
Te amo mi vida.
Maestro
El Morya
Ejercicio de centramiento y Meditación.
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