La decisión es ahora
Todo es una cuestión de decisión. No de una decisión que se
contenta con decir: “Sí, sí lo haré, el cambio llegará”, sino de una decisión
consciente y responsable que nos conduce al cambio en el momento mismo en que
lo decidimos y que se mantiene en cada uno de nuestros actos.
¿Qué es una decisión
consciente? ¿Y qué es una decisión inconsciente?
Una decisión consciente es una decisión sin vacilaciones, sin
reflexión. No está separada del acto que le corresponde: ya no hay distancia
entre la decisión consciente y el acto mismo.
Cuando tomamos una decisión consciente, todos nuestros
cuerpos están alineados con ella. Tomemos un ejemplo: imaginamos a una madre
que decide preparar la comida del almuerzo para su familia. No va a dudar y
preguntarse si debe o no ir a la tienda, poner la mesa y servir el almuerzo.
Todos estos actos transcurren de forma natural y sin forzar su decisión, la
organización necesaria se pone en marcha por sí misma. Ahora, si esta misma
mujer tuviera una duda en decidir hacer la comida, tal vez olvidaría comprar
todos los ingredientes necesarios, y quizás a la hora de comer le pediría a un
miembro de su familia que preparase la comida en su lugar.
Somos como una madre perezosa que, no solamente no ha tomado
la decisión de preparar la comida, sino que además no se atreverá a ser honesta
con su familia y confesarles que sencillamente no tiene ganas de hacerla.
La familia se sitúa en nuestro interior. ¡Hay tantos
personajes que tienen necesidad de recibir nuestro amor incondicional, tienen
necesidad de que se les alimente con lo que verdaderamente nos corresponde,
pero no respondemos, hacemos ver que amamos cuando en realidad tenemos un solo
deseo: que alguien se ocupe de nosotros y que nos alimente!
El problema, no es que necesitemos que nos alimenten, porque
si fuésemos honestos, aceptaríamos esta situación y nos atreveríamos a
expresarla. Entonces tomaríamos una decisión consciente: la de colmar al fin la
falta de amor que nos reclama nuestro niño interior porque de pequeño no
recibió lo que necesitaba y reclama constantemente nuestra atención.
Tomando esta decisión consciente de escuchar nuestra
necesidad de reconocimiento y de alimento afectivo, permitimos que la vida
organice a nuestro alrededor todo lo que llevará a satisfacer este deseo.
Seguidamente podremos abandonar este deseo que es como un velo que cubre todas
nuestras relaciones y disfraza sin cesar nuestro ser divino de amor en un
mendigo eternamente insatisfecho.
Necesitamos pues reconocer en qué papel y en qué película
estamos situados actualmente. Esto se nos revela en cuanto nos ponemos
verdaderamente a la escucha de todos nuestros personajes interiores, desde el
niño abandonado, al tirano sediento de poder y de reconocimiento.
La primera decisión es la de reconocer exactamente quién
creemos ser y mirar bajo las capas de protección y los muros de defensa que
hemos levantado para no sentir el dolor o la rabia de nuestra carencia y de
nuestra profunda insatisfacción con relación a nuestra situación actual.
Si esta líneas nos hacen reaccionar y decir: “Qué va, yo
estoy muy satisfecho, no siento en absoluto ninguna carencia, estoy plenamente
satisfecho”, esto nos demostrará que no lo estamos, ya que cualquier reacción,
nos enseña a reconocer con sinceridad nuestra resistencia a aceptar sentir lo
que se oculta tras esta justificación positiva disfrazada.
Si, por lo contrario, no nos hacen reaccionar y nos sentimos
satisfechos, perfectamente satisfechos, aquí y ahora, sintiendo la soledad de
nuestra realidad, entonces podemos pasar a la etapa siguiente que es la de
expresar y manifestar sin traba esta plenitud y este estado de simplicidad y de
paz que es nuestra naturaleza verdadera.
Pero antes de atrevernos a manifestar nuestra verdadera
presencia de amor, es necesario dejar que el viento barra todas las mentiras
relativas a nuestra identidad ficticia. Si nos sentimos víctimas, sea cual sea
el entorno o la persona con la que esto ocurre en el mundo visible, primero
deberemos tomar la decisión de aceptar lo que es y sanarlo con nuestro amor
ilimitado y todopoderoso.
Hay, en verdad, una sola decisión que lleva necesariamente a
todas las demás y que permite que el rio fluya de forma natural y sin
obstáculos hacia nuestra fuente, océano de plenitud de ser quienes somos.
Esta decisión es la de aceptar ser conscientes de SER
CONSCIENTES.
Se borran entonces de nuestro camino todos los “No sé cómo
hacerlo” y todas las resistencias a ocupar verdaderamente nuestro lugar:
Nuestra responsabilidad de ser la encarnación divina de la Esencia de Amor y de
Luz manifestada en esta Tierra.
Cuando nos damos cuenta de que somos, desde toda la
eternidad, la Inteligencia Consciente, ya no queda nada para hacer, ni por
alcanzar. En ese momento sólo estamos presentes, totalmente presentes ante esta
fuerza maravillosa que nos permite decir simplemente:
“ESTOY AQUÍ”
Tampoco necesitamos poner calificativos para adornar este
“Soy” de adjetivos y atributos que o bien nos disminuyen (“Soy incapaz”), o
bien refuerzan nuestro orgullo (“Soy mejor
que tú”).
Observemos un instante nuestros comentarios sobre nosotros
mismos, y si nos atrevemos, abandonemos todo, hacemos borrón y cuenta nueva
pasando página de todo lo conocido y de todos nuestros hábitos en creer que
somos tal o tal cosa.
¿Nos atrevemos a tomar
la Decisión?
¿Cuál es la decisión
que quisiéramos tomar en este momento preciso de nuestra vida, cuál es la
decisión esencial para nosotros ahora?
¿Qué es lo más
importante, qué es lo que verdaderamente queremos?
¿Queremos ser
reconocidos, amados, o queremos ser libres de amar?
Es de esta decisión de lo que se trata, y nadie más que
nosotros puede hacerlo. Esta decisión es la clave de nuestra libertad, pero
exige que nos comprometamos con ella, en este momento.
Tomando esta decisión esencial que es la nuestra, dejaremos
de someternos al mundo y a cualquier condición que venga del mundo y de lo que
llamamos los otros.
Entonces, veremos a los demás con otros ojos: sólo serán
maestros, espejos que nos mostraran hacia dónde necesitamos dirigir todavía
nuestra atención en nosotros.
Dediquemos unos momentos a hacer una lista de las personas
que nos rodean y escribamos nuestros juicios, nuestros comentarios sobre ellas,
sus características principales, las que nos irritan y las que admiramos.
Las que nos irritan u nos hacen reaccionar son los personajes
en nosotros que no queremos ver ni reconocer; aquellas que admiramos son las
que desearíamos ser y reflejan el potencial que nos gustaría desarrollar.
Reconozcámoslas todas, sin juicios, en
nosotros. Entonces dejaremos de juzgar a los demás y nos daremos cuenta de que
los demás somos nosotros.
Tenemos que empezar
a no reflejarnos ya
en los charcos,
a borrar nuestra
imagen de los espejos,
a abdicar de
nuestras cómodas representaciones,
a derrotar las
copias de nuestra imagen,
a ganar su
irreproductibilidad.
Y quedarnos entonces
con nuestra imagen a solas,
sin remedos que la
engañen o distraigan,
encogida en su total
concentración,
compenetrada
únicamente de su líneas.
Y para apartados así
de nuestros propios iconos,
extraer de nosotros
una mirada inédita,
para volver a vernos
sin la interferencia
de sentirnos imitados.
Sacar de la
circulación nuestra imagen
se parece a
reconquistar nuestro origen.
Roberto Juarroz – Poesía Vertical –
Ejercicio de
concentración – Meditación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario