¿Queremos exponernos a lo
desconocido?
Ésa es la pregunta fundamental. Nadie quiere exponerse a lo
desconocido. Queremos aferrarnos, adherirnos a lo conocido. Queremos aferrarnos
no sólo al concepto del hinduismo o del cristianismo, al ser catalán o español,
sino que queremos también aferrarnos a nuestras preferencias, a nuestros
juicios y evaluaciones. Tenemos que ser cada vez más livianos, despojarnos del
peso injustificado si queremos escalar la cima de la montaña. Del mismo modo,
deberán ser dejadas atrás las adquisiciones del ego. Todas las relaciones
creadas por la sociedad para conveniencia de la vida colectiva no son la
realidad.
¿Queremos estar
desnudos, descubiertos ante lo desconocido y decir que no somos nada?
En la austeridad de esa desnudez, que es inocencia, que es
humildad, empieza el viaje hacia el más allá.
Tal vez nos complazcan muchas experiencias trascendentales,
pero eso no tiene nada que ver con la espiritualidad. Y también dista mucho de
lo que llamamos meditación. Quizás descubramos en el estado de meditación que,
como ente, aislado de la vida universal,
no existimos para nada. Este concepto de “mi”, el concepto del ego como un ente
individual, independiente de la vida universal y aislada de ésta, puede ser un
mito.
Es estar completamente libre. ¿Y quién quiere la libertad en este mundo? Todo el mundo se siente
seguro en el mecanismo de defensa creado por el ego. Queremos estar seguros en
esa cárcel, y a veces abrimos una ventana para averiguar cuáles son las otras
cárceles. La libertad es algo peligrosísimo. Somos vulnerables a la vida.
¡Son tantas las salvaguardas que hemos creado alrededor de
nosotros! Tememos vivir.
La meditación es vivir expuesto a todos los momentos de la
vida, sin mecanismo de defensa alguno.
Todo lo que la mente ha creado tendrá que dejarse de lado. No
hay nadie que experimente. No hay normas y valores que juzgar. No hay ego para
comparar, para reconocer experiencias.
Desconocemos el simple hecho de la observación; observar con
una mirada inocente hacia todo. No podemos mirar nada sin que nos guste o nos
disguste.
Quizás si nos permitimos estar cerca del mar, de pie, en la
playa, y si el ego y los deseos del ego no nos consumen, la inmensidad del
océano puede tener sobre nosotros un efecto asombroso. Durante una fracción de
segundo, la mente cesa de funcionar.
El arte de la simple observación es mirar una cosa, no para
derivar de ella gozo o dolor, no para adquirirla o poseerla, no para renegar de
ella, sino para derivar de ella la alegría de estar en comunión con la vida
circundante y con la vida en lo interior. Si practicamos asiduamente,
descubriremos cómo el observador y lo observado se funden en el proceso de
observar. No queda la dualidad de observador y observado; sólo queda el acto de
observar, en movimiento dinámico. Todos podemos tener esta experiencia, y todos
podemos llegar a ese hermoso estado de silencio, paz y libertad completa.
¿Sabes quién eres ahora
en este instante?
No pienses en razonamientos, conéctate con tu corazón, con tu
Ser… SIENTE Y RESPÓNDETE.
La propuesta es la de entrar en el silencio profundo sin
objeto para escapar de la manipulación del ego.
Nos es vitalmente necesario ver que funcionando a través de
la estructura psicológica, que es un mecanismo de defensa del ego, nunca
podremos ser una persona espiritual. Tal vez acudamos a un templo, recemos,
hagamos plegarias, repitamos ciertas palabras…; todo lo que hacemos fortalece
al ego. Creará nuevas fronteras para la mente o la consciencia.
La libertad, la liberación, el nirvana, el satori, la
iluminación, la meditación, cualquiera que sea el nombre que nos guste, NO ES A
TRAVÉS DE LA MENTE. No podemos llegar a la libertad mediante un acto de la
voluntad ni mediante acción mental alguna.
Llegamos a la libertad cuando pensamientos y emociones se
calman, cuando dejan de controlarnos y nos permiten entonces captar la esencia.
Silencio…
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