Sólo notamos nuestros órganos cuando algo no va bien; nos
damos cuenta de ellos en el momento de sentirlos. En la vida estamos
organizados de tal manera que sólo nos damos cuenta de nuestro cuerpo físico
cuando no funciona bien. Tan sólo tenemos una sensación general de nuestro
cuerpo que se acentúa en el momento de presentarse un problema. Pero del
interior sabemos muy poco, tenemos una mera sensación, nada más. El que alguna
vez en la vida haya padecido de fuertes dolores de cabeza sabe del interior de
la cabeza –interiormente; no como el anatomista que sólo conoce la anatomía.
Pero al aumentar nuestro cansancio a lo largo de la vida vamos notando cada vez
más con más intensidad nuestro interior, el espacio interior de nuestro cuerpo. La vida consiste en aprender a sentir
nuestro físico. Aprendemos a sentirlo debido a que nos va invadiendo un
cierto endurecimiento. Pero como es un proceso muy lento no lo notamos mucho.
Sólo notamos el grado de intensidad. El cansancio es un proceso real que hace
que vayamos sintiendo nuestro cuerpo. El sentirnos suavemente acompañados por
el cansancio durante la vida y el darnos cuenta del interior de nuestro cuerpo
supone el lado externo de algo que se va tejiendo dentro de nosotros;
milagrosamente se va produciendo un tejido hecho de pura sabiduría.
Al cansarnos y aprender a sentir nuestro cuerpo interior a lo
largo de la vida, nos va llegando un conocimiento sutil de la maravillosa
constitución de nuestros órganos, de nuestros órganos internos. El cansancio
nos llega al corazón, pero así comprendemos su constitución desde el universo.
Se nos cansa el estómago; normalmente lo cansamos estropeándolo con la comida o
sin tomar conciencia de nuestras emociones. Pero sin embargo, durante el
cansancio el estómago se va formando una textura de sabiduría dentro de
nosotros, una sabia imagen procedente del cosmos de la constitución del
estómago. Nos vamos formando una imagen de la grandiosa obra de arte que es la
composición de nuestro organismo interno.
Y así vamos aprendiendo a conocer nuestro cuerpo, a reconocer
nuestras sensaciones sutiles; los
mensajes del alma, preparándonos para el tránsito a otro nivel de
conciencia.
Uno de nuestros propósitos es conocer la materia,
comprenderla y amarla para poder transmutarla, elevar su vibración y nosotros
con ella. No se puede amar algo que no se conoce, ¿comprendéis ahora la necesidad de nuestro trabajo personal?:
NECESITAMOS CONOCERNOS PROFUNDAMENTE PARA ACEPTARNOS Y AMARNOS
INCONDICIONALMENTE Y ASÍ ELEVAR NUESTRA VIBRACIÓN.
La relación es un espejo
Por cierto, sólo en la relación se revela el
proceso de lo que uno es, ¿verdad? La relación es un espejo en el que me veo
tal como soy; pero como a muy pocos nos gusta ver lo que somos, comenzamos a
disciplinar, positiva o negativamente, lo que percibimos en el espejo de la
relación. O sea, descubro algo en la relación, en las acciones de la relación,
y eso no me gusta. Empiezo, pues, a modificar lo que no me gusta, lo que
percibo como desagradable. Deseo cambiarlo, lo cual significa que ya tengo un
modelo de lo que yo debería ser. Tan pronto hay un modelo de lo que uno debería ser, no hay comprensión de lo
que uno es. En el momento en que
tengo una imagen de lo que deseo ser, o de lo que debo ser –un patrón conforme
al cual deseo cambiarme a mí mismo-, es obvio que no comprendo lo que yo soy en
el instante de la relación.
Pienso que es de veras importante comprender
esto, porque entiendo que es aquí donde casi todos nos extraviamos. No queremos
saber lo que realmente somos en un momento dado de la relación. Si sólo nos
interesa nuestro propio mejoramiento, no hay comprensión de nosotros mismos, de
lo que es.