Casi todos los recuerdos genuinos que tenemos de nuestra
infancia tienen que ver con percepciones sensoriales. Esas vivencias a través
de los sentidos son prácticamente los únicos registros confiables que tenemos
respecto a lo que nos sucedió. Los recuerdos mentales habitualmente están
tergiversados, ya que se han estructurado en nuestros estantes de pensamiento
según quién haya nombrado los hechos durante nuestra infancia. En cambio, lo
que sucedió y fue plasmado a través de algún sentido, una sensación, un miedo,
un anhelo, un olor, un disgusto, un placer, una rabia o un dolor… eso, quedó
grabado en nuestro interior. Apenas olemos un perfume que tiene relación con
cualquier momento de nuestra vida, esa aroma nos conduce literalmente a ese
instante, a la intensidad de un encuentro, a ese descubrimiento o a esa escena
especial. Pasa lo mismo cuando regresamos a un sitio, una casa, un jardín, un
rincón, un monte, un pasillo o la sombra de un árbol que nos retrotraen con
total claridad a una vivencia personal, que no ha sido traducida ni
interpretada por el discurso de nadie, ni siquiera por el propio. Podemos decir
que los recuerdos sensoriales son verdaderos y, por tanto confiables. No hay
tergiversación ni equívoco. En cambio, las palabras nombradas por alguien
externo o por nosotros mismos, intentando una interpretación desapegada de eso
que estamos sintiendo, suelen ser falsas.
Ahora bien, si pretendemos borrar todo acercamiento
sensorial, es decir, toda realidad mediatizada por el cuerpo, y nos quedamos
solo con aquello que la mente ha podido organizar, como mínimo vamos a reducir
notablemente el acceso a la información sobre nuestras experiencias reales en
el pasado. Las personas somos, vivimos, nos comunicamos, amamos y transcendemos
a través del cuerpo y de la totalidad de pulsaciones, ritmos, emociones y
percepciones auditivas, táctiles, olfativas, musicales, cromáticas, energéticas
y vibratorias. Negarlas o rigidizarlas opera en contra de la totalidad de
nuestro ser. (Laura Gutman: Amor o dominación. Los estragos del patriarcado).
¿Recordamos…? ¿Qué sentíamos, deseamos?
Hoy nuestro encuentro coincide con el Equinoccio de
Primavera, 20 de marzo y se inicia es a las
16,15 h.
El equinoccio se refiere a un evento astronómico que pasa dos
veces al año, el 21 de marzo y el 21 de septiembre.
Cuando ocurre el equinoccio los dos polos de la tierra se
encuentran a igual distancia del sol, cayendo la luz solar por igual en ambos
hemisferios.
Es ese momento del año en que el día y la noche tienen igual
duración en todos los puntos del planeta, excepto en los polos. Sucede el
cambio de estación anual contraria en cada hemisferio de la tierra, o sea, se
inicia la primavera en el norte y el otoño en el sur. El sol pasa del sur al
norte, de polaridad negativa a positiva.
Se trata de una renovación de la naturaleza. En primavera
alberga esperanza de resurgimiento, los campos se llenan de flores, los árboles
renacen, se celebra la Pascua. Tiene un significado de fertilidad que muchas
culturas han transmitido durante siglos en armonía con la naturaleza.
¿Por qué es tan
especial esta fecha?
Porque marca el inicio de la renovación o regeneración. Símbolo de transformación:
engendrar, continuar la vida.
Después vamos hacer un pequeño ritual de purificación.
Silencio/Meditación.
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