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Núria Argany te ofrece la posibilidad de conectar con tu esencia, lo que verdaderamente eres, haciéndote consciente de tu personaje, reconociendo tus proyecciones y resistencias a través de técnicas-terapias corporales, psicológicas y energéticas, recobrando el equilibrio, la armonía y la paz interior.

Núria Argany se ha formado a través de:

Seitai, Meditación Zen, Psicología, Terapias Naturales y Energéticas, Preparación al Parto Consciente, Ito-Termi, Sueños, Oligoelementos, Dietética, Formas-Pensamientos, Regresiones, RMF-Balacing, Tachyon, Ataraxia, Curación Cuántica, y Reconnective Healing.



miércoles, 24 de mayo de 2017

La des-identificación




La decisión de ser verdaderamente nosotros mismos requiere una mirada muy clara y objetiva sobre nuestras identidades ficticias, las cuales son percibidas, en la mayoría de los casos, como nuestro verdadero yo.

Desde nuestra más tierna infancia hemos construido un montón de estrategias para recibir atención, ser reconocidos y amados.

Las identidades que forman lo que podríamos llamar nuestra personalidad, vienen por dos razones principales:

1.- Las estrategias de protección de lo que nos parecía diferente de nosotros en los modelos de nuestro entorno.

2.- Las estrategias para que nos reconocieran y nos amaran.

En ambos casos, creímos que interpretando diferentes roles tendríamos más poder y al mismo tiempo conseguiríamos el objeto de nuestra necesidad de satisfacción.  Esto empezó muy pronto, en el momento en que empezamos a creer que en este mundo el amor “no viene por sí solo” como en el mundo de luz del que veníamos. Esta constatación nos ha dado una voluntad de hierro para reconquistar aquel amor del paraíso perdido, aquí en nuestro entorno y la única manera de hacerlo ha sido siendo más fuertes o más astutos que los demás: ¡”Se van a enterar!”.

Sea como sea, caímos en la convicción de que para que nos amaran debíamos llevar máscaras y que probándonoslas, podríamos ver las que más impacto tenían.

Existen dos modelos fundamentales de máscaras: la de víctima y la de verdugo.

                    
La máscara de víctima se muestra cuando nos quejamos de que no conseguiremos algo, de que somos incapaces, que estamos enfermos, que no gustamos, que somos unos incomprendidos; mientras que la máscara del verdugo tiende más a demostrar al guerrero audaz, el cual, evidentemente, no va a exhibir en público su superioridad, pero que mostrará que el dolor no le afecta, lo fuerte que es, cómo gusta y cómo sabe ayudar y salvar al mundo, etc.

En realidad, estas máscaras tienen siempre dos caras: donde hay una víctima aparente, hay siempre un dictador o un guerrero oculto en las profundidades donde nadie irá a buscarlo; de la misma manera, cualquier posición de superioridad esconde una vergüenza o una debilidad que nadie se atreverá a confesar.

Cuando hablemos de estas máscaras no es para que la mente se apropie de estas palabras y comience a jugar al psicoanalista, pues la mente es astuta y prefiere seguir torturándose intentando encontrar “lo que no funciona”, antes de dar un solo paso hacia el desapego y el salto en cuestión.


                        
Podemos desde luego interpretar conscientemente nuestros roles para poder verlos con más claridad. En este caso, interpretemos especialmente aquellos con los que tenemos más resistencias, aquellos que nos producen una sensación de asco o de rencor, porque éstos son los que se ocultan en el fondo de nuestra cueva y a los que damos, aún a veces sin saberlo, más energía para mantenerlos lejos de la superficie de nuestra conciencia.

Por tanto, se trata de una des-identificación cuya finalidad no es la de crear una nueva terapia que permita esta incesante huida de ser nosotros mismos ahora.

¿Esto parece contradictorio? No obstante, basta con mirar: ¿cuántos de nosotros hacemos lo que se llama un trabajo de desarrollo personal y seguimos en nuestros actos cotidianos siendo exactamente igual que cuando estábamos en casa de nuestros padres?

Miremos esta huida de frente y preguntémonos una vez más:

“¿Qué es esencial para mí ahora? ¿Qué es lo que realmente quiero?”
Si nos anunciaran que vamos a morir mañana, ¿seguiríamos posponiendo nuestra decisión?

El hecho es que des-identificarnos de nuestras máscaras nos da miedo sólo porque creemos que nos volveremos vulnerables y que perderemos el control y el poder sobre nuestro entorno. Si no fuera así, no nos preocuparíamos tanto de la mirada de los demás y nos daríamos cuenta de que lo que realmente importa es compartir nuestro amor, aquí y ahora, sin reservas.


Nuestra historia de niño pequeño todavía nos frena, pues tenemos miedo de revivir las mismas decepciones. Seguimos creyendo que si amaramos de verdad, con todo nuestro ser, nos arriesgaríamos a ser rechazados e incomprendidos como antes, o no soportaríamos la fuerza de amor que recibiríamos a cambio. Esto no es más que una proyección de lo que imaginamos que es la iluminación.
 
Podemos preguntarnos, ¿lo hemos intentado? ¿Hemos intentado aunque sólo haya sido un día de nuestra vida, compartir todo nuestro amor sin ninguna condición ni restricción?

El amor es la flor que hemos venido a cultivar en este mundo, si lo intentásemos y volviéramos a caer, esto sencillamente nos muestra nuestra dependencia de ese mundo que queríamos manipular para que no fuera como nosotros deseábamos que fuera. ¿Es esto amor?


                   
El amor sin condiciones, no es un esfuerzo cuya finalidad es la de recibir una recompensa, ya que la espera de una recompensa es, una vez más, una actitud de niño.
 
Ya es hora para que cada uno de nosotros y para la humanidad en conjunto, de que nos demos cuenta de que ya no somos niños. Podemos jugar como niños y dejar que nuestros juegos adornen nuestras relaciones, pero también nos podemos dar cuenta de que el niño no es el pueda gestionar los asuntos de su padre. El padre no espera una recompensa, es él que recompensa, ¿comprendemos?

Por lo tanto, ofrezcamos a nuestro niño interior, que ya está cansando de ver cómo se destruye el planeta, la recompensa de nuestro no-juicio hacia él. Ofrezcámosle todo el amor del que está sediento, y recuperemos el poder del Rey en nosotros.

Hemos recibido todo. Llevamos en nosotros el amor y la luz del Padre y tenemos la capacidad de reconocer su omnipotencia en nosotros  y en las creaciones que decidimos hacer en la materia. ¿Qué más queremos?
 
Todo nos es dado, si solamente nos damos cuenta de QUIÉNES SOMOS.

Los que llegan a saber quiénes son, no tienen los mismos anhelos; descubren que todos los deseos que antes eran objetivos de suma importancia, no eran más que juguetes para sus caprichos infantiles. Han recibido el regalo más hermoso que les colma muchísimo más que cualquier deseo de posesión:

LA LIBERTAD

Se han liberado las cadenas de las dependencias.

Su felicidad antes estaba condicionada, siempre en resonancia con factores exteriores. No podemos acceder a la felicidad a través del ego, pues la fuente de la felicidad y del amor no está en el mundo imaginario de la interpretación mental.

La felicidad nace de la fusión con la fuente de nuestra presencia.


                   
Creemos que experimentamos esta fusión cuando somos amados o cuando hemos logrado alguna cosa que nos acerca a nuestro potencial inicial como ser divino. Pero cuando hemos conquistado el objeto de nuestros deseos, vuelve el hastío; nos damos cuanta otra vez de que nos falta algo. Esto nos muestra siempre que nuestra aspiración esencial es la de liberarnos de las condiciones y de los límites a nuestra felicidad.

Entonces, ¿qué decidimos? ¿Permanecer en las identidades que gritan: “No lo consigo”, o bien soltar… si, soltar estas identidades y decidir entregar el poder y las riendas de nuestra vida a Aquél que ama en nosotros?

La des-identificación sólo puede producirse por una decisión consciente y rotunda. La decisión que dice que ahora nos echamos a los brazos de la presencia digna de llevar el nombre de Dios en nosotros. Esta presencia la reconoceremos cuando estemos en silencio, en paz, en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, cuando por fin decidamos abandonarnos.


            
Aunque pensamos que nos sabemos cómo hacerlo, lo hacemos cada noche cuando nos acostamos, cada vez que nos sumergimos en un baño, con cada orgasmo, con cada beso. Abandonarse no es más que dejarse ir con confianza al amor que está en nosotros, a la Vida que respira en nosotros y por todas partes a nuestro alrededor. Todos nosotros sabemos dejarnos ir y los que más se resisten se lo pueden demostrar aquí a ellos mismos, al observar con qué fuerza alimentan su resistencia al miedo. Así pues, mejor canalizar nuestra fuerza y nuestra energía con la relajación.

Abandonarse significa también amar el miedo, ya que es con el que tememos encontrarnos, Ésta es la causa principal de nuestro empeño en permanecer identificados con unos personajes que, creemos, nos impedirán sentir el miedo. Pero el miedo, es la misma resistencia, y si no le permitimos existir y lo comprimimos cada vez más, llegará un día en que, como cualquier energía comprimida, tendrá que explotar. Utilizará entonces unos caminos en los que no habíamos pensado: la enfermedad, un accidente, la ruptura de una relación valiosa, etc.

Por tanto, es mucho más agradable dejar que el miedo aparezca en nuestra casa, tranquilamente sentados en posición de meditación, ¿no nos parece?

El miedo es como una fiera salvaje: si le tenemos miedo. Él es más fuerte y nos come. Si le miramos a los ojos. Con la mirada firme y dulce de Aquél que ama en nosotros y es todopoderoso, el miedo se convierte nuestro servidor y si se lo pedimos, se va ¡Es tan sencillo!

A veces nos gustaría que pudiésemos ver con nuestros ojos, aunque sólo fuera por unos momentos; nos reiríamos de nuestros juegos, nos reiríamos como cuando vemos a un niño disfrazado de cowboy ¡que se toma tan en serio! Porque esto es lo que hacemos, con la única diferencia de que cuando éramos niños, podíamos detener el papel de cowboy y vivir en el éxtasis maravillándonos con cada nuevo descubrimiento.

Por lo tanto, la des-identificación no es más que una simple decisión, la decisión de salir de un rol y ver qué ocurre. Cuando decidimos salir de todos los roles para descubrir que somos el dueño, el que los ama a todos y el que es puro amor y pura compasión, entonces sentiremos lo que significa ser libres.

Estoy más allá de todos los roles
Yo Soy el que Soy
Soy consciente
              
                      



lunes, 22 de mayo de 2017

¿Queremos seguir almacenando información?



Nos vamos a  preguntar ahora, ¿Queremos usar toda la información transmitida para seguir almacenando informaciones en nuestra mente que ya está llena a rebosar?

¿Qué hacemos con ella? ¿En qué nos serán útiles si sólo decidimos absorberlas para luego olvidarlas? ¿Vamos a estar de acuerdo o las vamos a negar? ¿Nos lo preguntamos, qué haremos con estas palabras?

                   
Creer o no creer no nos ayudará en absoluto, no nos transformará, podemos estar seguros, porque la creencia nos mantiene separados de la experiencia inmediata.

Entonces, entremos en nosotros mismos y miremos, escuchemos y desenmascaremos al juez, al rebelde o quizás a la pequeña persona amable que sólo sabe decir “sí” y “amén”.

A veces necesitamos que se nos provoque para que nos atrevamos a ver nuestras reacciones, para que nos atrevamos a mirar con qué personaje nos hemos identificado y para que nos levantemos al fin de ese lugar que parece confortable porque creemos que somos pacíficos.

Levantarse, no significa ser crédulos o perezosos. Levantarse significa tomar la decisión, la única decisión importante para nosotros en este momento:

“Ser quienes somos detrás de todos los personajes erigidos por nuestra mente reactiva”.

Nos oímos  decir: “Sí de acuerdo, qué debo hacer, no sé quién es este YO del que hablamos”
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El YO del que hablamos es Aquél que ama y que no está en absoluto influenciado por las reacciones que circulan por nuestra cabeza. A aquél que ama no se le puede encontrar con la mente o con cualquier esfuerzo de la mente. Esto es como si quisiéramos encontrar a una persona que vive a kilómetros de distancia quedándonos en casa sin hacer nada. Para ver a esta persona, debemos salir del espacio mental e ir allí donde habita este huésped al que queremos conocer.

Entonces, dejemos de buscar y de dar vueltas con un montón de excusas para no tomar la decisión de encontrar a Aquél que ya está aquí en nosotros.

               


El Amor está siempre aquí, como el sol. Es sólo una actitud mental la que se empeña en querer demostrar que las nubes son más fuertes y que nunca se irán. No vemos el Sol porque mentalmente estamos siempre creando nubes y eso nos da la impresión de que el Sol no está aquí. Es tan sencillo como esto.

La decisión es así de simple: sentir nuestra Presencia de Amor y atrevernos a manifestarla en este mundo que ansía vernos ocupar finalmente nuestro verdadero lugar.

Pero no nos dejemos caer en la trampa de crear un nuevo personaje que se tomara por ese Cristo interior. No se trata de ser mejor o de jugar a estar mejor, sino que se trata de desarrollar tal aceptación de todo lo que ya somos, que descubriremos que el Cristo ya está aquí, en nosotros y en Aquél que acepta.

Fingir que aceptamos y que amamos sólo nos conducirá a tener mayores decepciones, puesto que vuestra vida no se verá transformada. No podemos hacer trampa con la autenticidad de nuestra Presencia, porque los espejos a nuestro alrededor se harán cada vez más visibles para mostrarnos nuestras reacciones.

Sólo los acontecimientos nos mostrarán si hacemos trampa o no, si somos auténticos tendremos la sensación de que somos diferentes, de que ya no formamos parte del mundo. Nos sentiremos solos, pero en esta soledad sentiremos la unidad con todas las formas de existencia y estaremos llenos de alegría y éxtasis.

En esta experiencia, ya no podemos recibir la ayuda de nadie, deberemos dar un salto, el salto de atrevernos ser nosotros mismos. Y nadie puede enseñarnos a ser nosotros mismos, puesto que somos únicos.

Aquellos que han llegado a manifestar la autenticidad de su ser, aquellos que se han realizado, sólo pueden hacernos partícipes de su camino, de su forma de haberlo logrado. Ellos pueden describirnos la diferencia entre lo que significa vivir en una cárcel y vivir al aire libre.

Pero no pueden dar este salto en nuestro lugar.

Estamos rodeados de seres que están aquí para ayudarnos a mirar quien no somos, ya sean seres humanos, angélicos o extraterrestres, eso no tiene ninguna importancia. Es bueno recibir su ayuda, pero también ha llegado el momento de que tomemos esta decisión de saltar a lo desconocido de nuestra nueva existencia, dejando definitivamente de huir de NOSOTROS mismos con mil excusas.

Incluso el miedo es una excusa, porque sí somos sinceros con nosotros mismos, sabemos que cuando el niño tiene miedo, la madre está ahí, le apoya y protege.

Ya es hora de depositar nuestra confianza en la madre que hay en nosotros, así como en la madre terrestre que nos ha acogido y ofrecido este cuerpo.

Basta una sola decisión, una decisión que nos damos como el regalo más hermoso que nos podemos ofrecer a nosotros, y en consecuencia al mundo. La decisión de estar de acuerdo en florecer, de estar de acuerdo en que hemos llegado a la primavera de nuestra realización, de que estamos listos para eclosionar y liberar nuestro perfume, en vez de querer, una y otra vez, analizar su substancia en nuestro rincón.

Decido estar en mi dignidad y en mi responsabilidad de Amar.

                      






                     

miércoles, 10 de mayo de 2017

El complejo de Inferioridad




Cuando nos sentimos inferiores a alguien, le estamos entregando nuestro poder, las riendas de nuestra vida. Nos posicionamos como un niño pequeño que espera los consejos y la aprobación de sus padres. Por tanto, tomemos conciencia de este rol de niño y retomemos nuestro poder. Entregando nuestro poder tampoco ayudamos al otro, porque le permitimos que alimente y amplifique su complejo de superioridad.

Decirnos interiormente lo siguiente y dejemos que estas palabras actúen en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestro cuerpo:

“Soy libre y dueño de mi vida, tú eres libre y dueño de tu vida. Soy responsable de mi vida y no de la tuya. Eres responsable de tu vida y no de la mía. Me amo tal como soy y te amo tal como eres. Retomo mi poder ahora”.

                        


En busca del amor maternal...



En el momento en que nos sentimos rechazados al no conseguir la mirada de nuestra madre, inconscientemente se ponen en marcha los mecanismos de supervivencia: el primero, la desconexión, el olvido de la experiencia vivida, negar lo acontecido; el segundo, buscar motivos para comprender la situación, “he hecho algo mal, no me lo merezco, no soy suficientemente buena…” Todo, antes de plantearse que nuestra madre no nos ama. Aunque esto último no sea cierto: nos ama a su manera y según sus posibilidades.

                            


Buscamos la unión, la conexión que teníamos durante nuestra gestación. Esto ha cambiado y nos hemos de acomodar a la nueva situación: ya no somos uno, somos uno separado del otro que tiene vida propia, pero seguimos queriendo mantener aquella unión. Nos enfrentamos al tercer cambio de nuestra vida. El primero fue la salida del útero, el segundo empezar a respirar por nuestra cuenta, y el tercero aceptarnos como entes separados. Aquí empezamos creando nuestro personaje, el que tiene que relacionarse con el mundo, con las otras personas y ¿qué buscamos y deseamos? Que nos amen, que nos acepten, que nos reconozcan y así creemos que seremos felices.

Nuestro anhelo profundo es el Amor Incondicional. Y así empezamos la carrera para conseguirlo, a cualquier precio, aunque sea a costa de anularnos, de hacernos daño, tapando la herida. Como no nos amamos buscamos este amor fuera (no nos consideramos dignos, si nuestra madre no nos mira, nadie podrá hacerlo).

Ese amor no está fuera, habita en nuestro interior, en nuestro corazón.

¿Cómo podemos descubrirlo? Observándonos, poniendo atención en nuestros actos, palabras, pensamientos, intenciones profundas; afrontando nuestras resistencias, nuestros miedos, y descubriendo este personaje construido a partir de ir tapando nuestra herida. Descubrir el dolor, el desamparo vivido, aceptarlo, y así el corazón se ablanda: nos permitimos llorar, patalear, el niño vuelve a la superficie y se sana.

Así, poco a poco, suavemente, nos vamos reconociendo y nos amamos. A medida que esto sucede, también reconocemos al otro, lo comprendemos y el amor ya no nos pertenece, el amor se expande en el otro, los demás, la tierra y el universo entero.