Recordemos que todo juicio hacia alguien o alguna cosa es
siempre una proyección de un juicio hacia nosotros mismos.
Así, antes que nada traemos esta proyección a nuestro propio
campo de energía, a nuestra responsabilidad. Esto puede en un principio tener
un efecto irritante, porque nuestro mecanismo mental tiene tendencia a rechazar
todo aquello que juzga que no es agradable. No obstante, hagamos lo siguiente:
retomemos nuestro juicio y remplacémoslo el “Tu eres…” por “Yo soy…”, y en vez de rechazar sistemáticamente lo
que viene, decidimos experimentar conscientemente sentir lo que pasa si
emitimos ese juicio hacia nosotros mismos.
Casi siempre, esto basta para provocar un efecto espejo que
inmediatamente podemos transformar en una gran risa.
Si de todas formas persistimos en “no comprender” este juicio, vamos hacer el siguiente ejercicio:
Llevamos nuestra atención a nuestro corazón y
con mucho amor imaginemos un personaje de ficción en nosotros que pueda
representar nuestro juicio. Afirmemos este juicio varias veces en nuestro
interior diciendo “Yo soy…” hasta que este personaje esté totalmente
caracterizado. Entonces reconozcamos a este personaje como una de nuestras
creaciones mentales, aceptémoslo con toda la fuerza de nuestra compasión y
dejémoslo partir hacia la luz o hacia una puerta imaginaria en alguna parte de
nuestro espíritu.
No olvidemos preguntar a este personaje qué
espera de nosotros, porque si está aquí, es que tiene un motivo para ser
escuchado y liberado.
Este personaje es una creencia, una actitud mental, una
creación; no es nosotros sino una de nuestras creaciones mentales, por lo
tanto, no hay ninguna razón para retenerlo prisionero en nuestra aura.
Cualquier juicio una vez emitido se convierte en una forma-
pensamiento etérica que nos acompaña allí donde vayamos y que interfiere en
nuestras relaciones. Según su fuerza y el tiempo durante el que nos acompañe, podemos terminar por confundirnos con
nuestros personajes. Como si ya no viéramos quienes somos, sino a estos
personajes con los que nos hemos identificado. La mayoría de los conflictos de
pareja y de relaciones entre amigos provienen de estas proyecciones de
personajes ficticios entre las dos partes. Ya no son por tanto los amigos los
que hablan entre ellos, sino los personajes de uno y otro.
Así, cuando tenemos la sensación de que no podemos dejar de
juzgar alguna cosa o a alguien, centrémoslo en nuestro corazón y tomémonos un
momento para identificar al personaje que se expresa en nosotros, y después
liberémoslo diciéndole: “Te amo y te
reconozco, ahora eres libre”.
Si escuchamos que los demás emiten juicios sobre nosotros, preguntémonos
con sinceridad si nosotros nos hacemos esos mismos juicios. Si no es el caso,
podemos reconocer un personaje en el otro y hacer el mismo trabajo que si
fuéramos nosotros.
Entonces, en silencio, identifiquemos al personaje que oculta
la verdadera presencia del otro, y sin decir nada a nuestro interlocutor, nos
ponemos en relación directa con su personaje.
Imaginemos nuestro corazón conectándose con el suyo y dejemos
que fluyan oleadas de amor y de reconocimiento sobre ese personaje diciéndole
telepáticamente: “Te veo, te reconozco y
te amo, ahora eres libre”.
Aquí de nuevo, puede ser que el personaje tenga una necesidad
que su dueño nunca ha podido satisfacer, preguntémosle en silencio si podemos
hacer algo por él; quedaremos sorprendidos con los cambios de actitud de
nuestro interlocutor y la paz se instalará instantáneamente entre nosotros.
Por lo tanto, aprendamos a distinguir estos personajes en
nosotros y en los demás, esto nos traerá descubrimientos apasionantes y los
juicios se transformarán en risas.
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