En el momento en que nos sentimos rechazados al no conseguir
la mirada de nuestra madre, inconscientemente se ponen en marcha los mecanismos
de supervivencia: el primero, la desconexión, el olvido de la experiencia
vivida, negar lo acontecido; el segundo, buscar motivos para comprender la
situación, “he hecho algo mal, no me lo merezco, no soy suficientemente buena…”
Todo, antes de plantearse que nuestra madre no nos ama. Aunque esto último no
sea cierto: nos ama a su manera y según sus posibilidades.
Buscamos la unión, la
conexión que teníamos durante nuestra gestación. Esto ha cambiado y nos hemos
de acomodar a la nueva situación: ya no somos uno, somos uno separado del otro
que tiene vida propia, pero seguimos queriendo mantener aquella unión. Nos
enfrentamos al tercer cambio de nuestra vida. El primero fue la salida del
útero, el segundo empezar a respirar por nuestra cuenta, y el tercero aceptarnos
como entes separados. Aquí empezamos creando nuestro personaje, el que tiene
que relacionarse con el mundo, con las otras personas y ¿qué buscamos y deseamos? Que nos amen, que nos acepten, que nos
reconozcan y así creemos que seremos felices.
Nuestro anhelo profundo es el Amor Incondicional. Y así empezamos
la carrera para conseguirlo, a cualquier precio, aunque sea a costa de
anularnos, de hacernos daño, tapando la herida. Como no nos amamos buscamos
este amor fuera (no nos consideramos dignos, si nuestra madre no nos mira,
nadie podrá hacerlo).
Ese amor no está fuera, habita en nuestro interior, en
nuestro corazón.
¿Cómo podemos
descubrirlo? Observándonos,
poniendo atención en nuestros actos, palabras, pensamientos, intenciones
profundas; afrontando nuestras resistencias, nuestros miedos, y descubriendo
este personaje construido a partir de ir tapando nuestra herida. Descubrir el
dolor, el desamparo vivido, aceptarlo, y así el corazón se ablanda: nos
permitimos llorar, patalear, el niño vuelve a la superficie y se sana.
Así, poco a poco, suavemente, nos vamos reconociendo y nos
amamos. A medida que esto sucede, también reconocemos al otro, lo comprendemos
y el amor ya no nos pertenece, el amor se expande en el otro, los demás, la
tierra y el universo entero.
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