La decisión de ser verdaderamente nosotros mismos requiere
una mirada muy clara y objetiva sobre nuestras identidades ficticias, las cuales
son percibidas, en la mayoría de los casos, como nuestro verdadero yo.
Desde nuestra más tierna infancia hemos construido un montón
de estrategias para recibir atención, ser reconocidos y amados.
Las identidades que forman lo que podríamos llamar nuestra
personalidad, vienen por dos razones principales:
1.- Las estrategias de protección de lo que nos parecía
diferente de nosotros en los modelos de nuestro entorno.
2.- Las estrategias para que nos reconocieran y nos amaran.
En ambos casos, creímos que interpretando diferentes roles
tendríamos más poder y al mismo tiempo conseguiríamos el objeto de nuestra
necesidad de satisfacción. Esto empezó
muy pronto, en el momento en que empezamos a creer que en este mundo el amor
“no viene por sí solo” como en el mundo de luz del que veníamos. Esta
constatación nos ha dado una voluntad de hierro para reconquistar aquel amor
del paraíso perdido, aquí en nuestro entorno y la única manera de hacerlo ha
sido siendo más fuertes o más astutos que los demás: ¡”Se van a enterar!”.
Sea como sea, caímos en la convicción de que para que nos
amaran debíamos llevar máscaras y que probándonoslas, podríamos ver las que más
impacto tenían.
Existen dos modelos fundamentales de máscaras: la de víctima
y la de verdugo.
La máscara de víctima se muestra cuando nos quejamos de que
no conseguiremos algo, de que somos incapaces, que estamos enfermos, que no
gustamos, que somos unos incomprendidos; mientras que la máscara del verdugo
tiende más a demostrar al guerrero audaz, el cual, evidentemente, no va a
exhibir en público su superioridad, pero que mostrará que el dolor no le
afecta, lo fuerte que es, cómo gusta y cómo sabe ayudar y salvar al mundo, etc.
En realidad, estas máscaras tienen siempre dos caras: donde
hay una víctima aparente, hay siempre un dictador o un guerrero oculto en las
profundidades donde nadie irá a buscarlo; de la misma manera, cualquier
posición de superioridad esconde una vergüenza o una debilidad que nadie se
atreverá a confesar.
Cuando hablemos de estas máscaras no es para que la mente se
apropie de estas palabras y comience a jugar al psicoanalista, pues la mente es
astuta y prefiere seguir torturándose intentando encontrar “lo que no
funciona”, antes de dar un solo paso hacia el desapego y el salto en cuestión.
Podemos desde luego interpretar conscientemente nuestros
roles para poder verlos con más claridad. En este caso, interpretemos
especialmente aquellos con los que tenemos más resistencias, aquellos que nos
producen una sensación de asco o de rencor, porque éstos son los que se ocultan
en el fondo de nuestra cueva y a los que damos, aún a veces sin saberlo, más
energía para mantenerlos lejos de la superficie de nuestra conciencia.
Por tanto, se trata de una des-identificación cuya finalidad
no es la de crear una nueva terapia que permita esta incesante huida de ser
nosotros mismos ahora.
¿Esto parece
contradictorio? No
obstante, basta con mirar: ¿cuántos de
nosotros hacemos lo que se llama un trabajo de desarrollo personal y seguimos
en nuestros actos cotidianos siendo exactamente igual que cuando estábamos en
casa de nuestros padres?
Miremos esta huida de frente y preguntémonos una vez más:
“¿Qué es esencial para
mí ahora? ¿Qué es lo que realmente quiero?”
Si nos anunciaran que vamos a morir mañana, ¿seguiríamos posponiendo nuestra decisión?
El hecho es que des-identificarnos de nuestras máscaras nos
da miedo sólo porque creemos que nos volveremos vulnerables y que perderemos el
control y el poder sobre nuestro entorno. Si no fuera así, no nos
preocuparíamos tanto de la mirada de los demás y nos daríamos cuenta de que lo
que realmente importa es compartir nuestro amor, aquí y ahora, sin reservas.
Nuestra historia de niño pequeño todavía nos frena, pues
tenemos miedo de revivir las mismas decepciones. Seguimos creyendo que si
amaramos de verdad, con todo nuestro ser, nos arriesgaríamos a ser rechazados e
incomprendidos como antes, o no soportaríamos la fuerza de amor que
recibiríamos a cambio. Esto no es más que una proyección de lo que imaginamos
que es la iluminación.
Podemos preguntarnos, ¿lo
hemos intentado? ¿Hemos intentado
aunque sólo haya sido un día de nuestra vida, compartir todo nuestro amor sin
ninguna condición ni restricción?
El amor es la flor que hemos venido a cultivar en este mundo,
si lo intentásemos y volviéramos a caer, esto sencillamente nos muestra nuestra
dependencia de ese mundo que queríamos manipular para que no fuera como
nosotros deseábamos que fuera. ¿Es esto
amor?
Ya es hora para que cada uno de nosotros y para la humanidad
en conjunto, de que nos demos cuenta de que ya no somos niños. Podemos jugar
como niños y dejar que nuestros juegos adornen nuestras relaciones, pero
también nos podemos dar cuenta de que el niño no es el pueda gestionar los
asuntos de su padre. El padre no espera una recompensa, es él que recompensa, ¿comprendemos?
Por lo tanto, ofrezcamos a nuestro niño interior, que ya está
cansando de ver cómo se destruye el planeta, la recompensa de nuestro no-juicio
hacia él. Ofrezcámosle todo el amor del que está sediento, y recuperemos el
poder del Rey en nosotros.
Hemos recibido todo. Llevamos en nosotros el amor y la luz
del Padre y tenemos la capacidad de reconocer su omnipotencia en nosotros y en las creaciones que decidimos hacer en la
materia. ¿Qué más queremos?
Todo nos es dado, si solamente nos damos cuenta de QUIÉNES
SOMOS.
Los que llegan a saber quiénes son, no tienen los mismos
anhelos; descubren que todos los deseos que antes eran objetivos de suma
importancia, no eran más que juguetes para sus caprichos infantiles. Han
recibido el regalo más hermoso que les colma muchísimo más que cualquier deseo
de posesión:
LA LIBERTAD
Se han liberado las cadenas de las dependencias.
Su felicidad antes estaba condicionada, siempre en resonancia
con factores exteriores. No podemos acceder a la felicidad a través del ego,
pues la fuente de la felicidad y del amor no está en el mundo imaginario de la
interpretación mental.
La felicidad nace de la
fusión con la fuente de nuestra presencia.
Creemos que experimentamos esta fusión cuando somos amados o
cuando hemos logrado alguna cosa que nos acerca a nuestro potencial inicial
como ser divino. Pero cuando hemos conquistado el objeto de nuestros deseos,
vuelve el hastío; nos damos cuanta otra vez de que nos falta algo. Esto nos
muestra siempre que nuestra aspiración esencial es la de liberarnos de las
condiciones y de los límites a nuestra felicidad.
Entonces, ¿qué
decidimos? ¿Permanecer en las identidades que gritan: “No lo consigo”, o bien
soltar… si, soltar estas identidades y decidir entregar el poder y las riendas
de nuestra vida a Aquél que ama en nosotros?
La des-identificación sólo puede producirse por una decisión
consciente y rotunda. La decisión que dice que ahora nos echamos a los brazos
de la presencia digna de llevar el nombre de Dios en nosotros. Esta presencia
la reconoceremos cuando estemos en silencio, en paz, en nuestro cuerpo y en
nuestro espíritu, cuando por fin decidamos abandonarnos.
Aunque pensamos que nos sabemos cómo hacerlo, lo hacemos cada
noche cuando nos acostamos, cada vez que nos sumergimos en un baño, con cada
orgasmo, con cada beso. Abandonarse no es más que dejarse ir con confianza al
amor que está en nosotros, a la Vida que respira en nosotros y por todas partes
a nuestro alrededor. Todos nosotros sabemos dejarnos ir y los que más se
resisten se lo pueden demostrar aquí a ellos mismos, al observar con qué fuerza
alimentan su resistencia al miedo. Así pues, mejor canalizar nuestra fuerza y
nuestra energía con la relajación.
Abandonarse significa también amar el miedo, ya que es con el
que tememos encontrarnos, Ésta es la causa principal de nuestro empeño en
permanecer identificados con unos personajes que, creemos, nos impedirán sentir
el miedo. Pero el miedo, es la misma resistencia, y si no le permitimos existir
y lo comprimimos cada vez más, llegará un día en que, como cualquier energía
comprimida, tendrá que explotar. Utilizará entonces unos caminos en los que no
habíamos pensado: la enfermedad, un accidente, la ruptura de una relación
valiosa, etc.
Por tanto, es mucho más agradable dejar que el miedo aparezca
en nuestra casa, tranquilamente sentados en posición de meditación, ¿no nos parece?
El miedo es como una fiera salvaje: si le tenemos miedo. Él
es más fuerte y nos come. Si le miramos a los ojos. Con la mirada firme y dulce
de Aquél que ama en nosotros y es todopoderoso, el miedo se convierte nuestro
servidor y si se lo pedimos, se va ¡Es tan sencillo!
A veces nos gustaría que pudiésemos ver con nuestros ojos,
aunque sólo fuera por unos momentos; nos reiríamos de nuestros juegos, nos
reiríamos como cuando vemos a un niño disfrazado de cowboy ¡que se toma tan en
serio! Porque esto es lo que hacemos, con la única diferencia de que cuando
éramos niños, podíamos detener el papel de cowboy y vivir en el éxtasis
maravillándonos con cada nuevo descubrimiento.
Por lo tanto, la des-identificación no es más que una simple
decisión, la decisión de salir de un rol y ver qué ocurre. Cuando decidimos
salir de todos los roles para descubrir que somos el dueño, el que los ama a
todos y el que es puro amor y pura compasión, entonces sentiremos lo que
significa ser libres.
Estoy más allá de todos
los roles
Yo Soy el que Soy
Soy consciente
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