Krishnamurti decía muy a menudo en sus charlas:
“Hagan el favor de escuchar todo esto, sólo
escuchen, sin aceptar ni rechazar”. ¿Sabemos nosotros cómo escuchar un razonamiento sin
aceptarlo ni rechazarlo?
“¿Por qué escuchamos a alguien que habla
públicamente? ¿Es para adquirir ciertas ideas, para aprender algo? ¿Es
meramente a causa de la curiosidad?”.
Cada pregunta se abre a una nueva pregunta, resistiendo al
cierre que implica la respuesta. ¿Os suena? En realidad es tratar muchos
contextos de investigación como si fueran obras de arte y llegar a la esencia.
Nada se acaba, todo es continuo. Abrirse a todas las posibilidades que se
presentan y seguir. Pregunta tras pregunta, no hay final, sólo ampliamos
conciencia.
El trabajo del poder del discurso materno es una de las claves
para comprender globalmente la conducta humana ya que corresponde al
sometimiento infantil en el que permanecemos si no ponemos conciencia a la
experiencia. Palabras dichas, repetidas una y otra vez desde una determinada
lente –la de nuestra madre- y que, en nuestro carácter de niños pequeños, hemos
adoptado como la única lente posible desde donde vivir la vida. El modo en que
luego perpetuamos este “mirar”, cargando una larga herencia de mandatos,
perjuicios, miedos, moral, conceptos filosóficos, religiones y secretos, nos
deja devastados. Sin saber quiénes somos.
Preguntando a diestra y siniestra qué está bien y qué está mal.
Preguntando a diestra y siniestra qué está bien y qué está mal.
Ahora bien, aunque sea placentero encontrar personas que
piensan como nosotros, eso no sirve para
nada. Simplemente nos sentimos un poco más acompañados, es posible. Pero
nada más; el trabajo profundamente revelador es aquel que apunta a integrar nuestra sombra. Somos nosotros, y solo
nosotros, quienes construimos nuestra vida. Nada ajeno a nosotros nos puede
suceder. Y si algo que hemos construido luego nos trae sufrimiento, pues nos
corresponde comprender cómo lo hemos organizado, si pretendemos desarmar eso
que hemos contribuido a hacer funcionar. Supongo que ya sabéis que no hay consejo que sirva. Cada uno
ha de observar e indagar la base con que se ha convertido el personaje. Los
recuerdos, los sentimientos, lo que fue acallado o que fue silenciado. No
importa qué es correcto o qué es incorrecto. Lo único que importa es
comprendernos más y entender la lógica de nuestras acciones, de nuestros
rencores, de nuestro miedo o de nuestra rigidez. Si buscamos el equilibrio por
fuera de nosotros, no lo encontraremos nunca, a lo sumo hallaremos aliados,
pero eso es otra cosa.
Nuestra sombra es muy fuerte y nuestra necesidad de ser
amados, tenidos en cuenta, aceptados, acunados, abrazados… es más fuerte. Por
eso preferimos, en todos los casos, una palabra de aliento… que va ser más
calentita que la fría propuesta de revisar el desierto emocional que nos
constituye.
La conciencia recuerda lo que es nombrado y desde el
principio alguien nombra cómo somos, qué nos pasa o qué deseamos. Eso que el
adulto nombra (generalmente la madre) suele ser una proyección de sí mismo
sobre cada hijo. Diremos que es caprichoso, llorón, bueno, tranquilo… Así es
como al niño le sucede una cosa, pero eso es nombrado desde la interpretación
de lo que le sucede a otra persona. Simplemente porque cuando somos niños aún
no tenemos palabras para nombrar lo que nos pasa. Así, poco a poco, para cada
experiencia personal, escuchamos y asumimos un nombre prestado. Po ejemplo:
“Soy terrible, y si soy terrible, no entro en razones, soy pasional, no pienso
y me equivoco con frecuencia, todo por no pensar”. ¿Es verdad? En parte quizás
sí, es posible que yo sea un niño insistente y tenga tanta vitalidad que nadie
pueda dejar de oírme, pero también es probable que sea una reacción desesperada
en busca de amor, aunque “eso”, esa impaciente necesidad de ser amado, nadie la haya nombrado.
Para la conciencia es
más importante lo que se nombra que lo que sucede. O para decirlo de otra manera:
aquello que sucede realmente podemos no recordarlo.
De hecho muchas experiencias reales que nos han acontecido
durante nuestra infancia no han sido nombradas, por lo tanto, para la
conciencia no existen. Es más fácil decir que no las recordamos. Por ejemplo,
supongamos que nos hemos dedicado a cuidar a nuestra madre y a nuestros
hermanos menores, porque a su vez nuestra madre le daba prioridad al cuidado de
su propia madre enferma. En este caso, nadie ha nombrado nunca la falta de
cuidados y atención hacia nuestro ser niño/a. Hoy en día, podemos recordar con
lujo de detalles todos los infortunios de nuestra madre, ya que ella se ocupó de
relatarlos a lo largo de los años. Pero curiosamente nuestra madre no sabía
nada de nosotros, ni de nuestros secretos sufrimientos acaecidos cuando fuimos
niños. En esos casos, nuestra madre nombraba lo buenos y responsable que hemos
sido, pero nadie ha nombrado nuestras carencias o necesidades no satisfechas, ni
la sensación de no ser merecedores de cuidados, cosa que luego hemos arrastrado
a lo largo de nuestra vida. En nuestros recuerdos conscientes, éramos niños
buenos, educados, brillantes en la escuela, sin conflictos y hacendosos. Es
decir, todos nosotros vamos incorporando una interpretación sobre nuestras
actitudes o acciones concretas, que pueden estar bastante alejadas de la
realidad emocional. En el caso de este ejemplo, la conciencia no reconoce nada
relativo al desamparo ni a las necesidades de un niño. Solo “sistematiza” que
éramos buenos y que mamá tenía muchos problemas. Es una interpretación de lo
que sucedía, pero no refleja toda la verdad. En principio, vamos a continuar
pensando, sintiendo e interpretando la vida desde un punto de vista prestado
–habitualmente el punto de vista es de un adulto importantísimo, en la mayoría
de los casos nos referimos a mamá-. Luego seguiremos alineando nuestras ideas y
preconceptos en relación directa con el punto de vista de nuestra madre. De
“ese” discurso dependerá si nos consideramos buenos o muy malos, si creemos que
somos generosos, inteligentes o tontos, si somos astutos, débiles o perezosos.
Es importante notar que estas “definiciones” son similares a lo que han dicho
mamá o papá durante nuestra infancia, especialmente con relación a “cómo nos
recordamos a nosotros mismos”
Trozos sacados del libro de Laura Gutman: El poder del
discurso materno.
¿Comprendéis cómo vamos construyendo el personaje? ¿Recordáis
el trabajo de las creencias? ¿Las frases que hemos aceptado como verdaderas y
que dirigen nuestra vida?
Poner luz o conciencia en nuestra vida es descubrir nuestra
verdad, la experiencia real vivida, tomar las riendas y dar el nombre a cada
situación/persona; de esta manera nos vamos comprendiendo y liberando las
cargas conscientes/inconscientes que nos llevan a vivir en paz con nosotros
mismos. Así podemos fluir con la vida y vivirla desde el gozo y la alegría.
Nos creímos a nuestra madre por amor, necesitamos su cariño,
su reconocimiento, confiábamos en ella. Habíamos estado nueve meses en su
vientre, íntimamente unidos a ella. No teníamos que preocuparnos de nada, todo
nos era dado y al salir al exterior, todo cambió, nos separaron de ella, tuvimos
que respirar por nuestra cuenta, sentimos el desamparo más terrible y no
podíamos comprender que había pasado. Y desde este instante anhelamos volver al
paraíso perdido y buscamos sin descanso su mirada, atención, reconocimiento,
amor… Y según nuestros intentos y las respuestas recibidas fuimos montando
nuestro personaje desconectado, la mayoría de veces, de nuestra verdad, la
experiencia vivida.
Os fijáis como todo se repite, como todo nos lleva al
conocimiento de la verdad esencial. Venimos a este mundo sin recordar quienes
somos para experimentar, aprender y reconocernos; dejando por voluntad propia
el paraíso. Nos encarnamos, gestamos, nacemos y dejamos el útero materno donde
todo era perfecto y empezamos a experimentar el anhelo profundo de conocer el amor
que es nuestra verdadera esencia. Primero a través de nuestra madre que para
nosotros es el todo y luego con las demás personas o situaciones que vamos
encontrando. Todo nos lleva a lo mismo, descubrir quienes somos, empezamos
buscando y proyectando afuera para luego descubrir que la fuente se encuentra
en nuestro interior.
Aquello que tanto anhelamos es lo que somos pero no nos lo
acabamos de creer y así la búsqueda se hace interminable. El paso diferente es
muy sencillo Creer lo que Sentimos en
nuestro corazón en los momentos
de paz y silencio o observando la naturaleza, escuchando música… aquellos
instantes en que nuestra alma, nuestro Ser se manifiesta. Y diréis ¿Cómo se manifiesta? Se manifiesta a través de la belleza,
la armonía y el amor. No dejar de rodearos y experimentar la belleza que hay en
toda la creación y sobretodo no dejar se sentir las vibraciones de vuestro
corazón que son las palabras mágicas del Amor.
Soy las grandes aguas.
Sobre mi rostro, el lápiz primordial de Mahamaya
escribe incesantemente las vidas y destinos de todos los seres vivos.
Cada ola, cada rizo, el más sutil de los
movimientos, es mi danza.
Pero yo, la realidad pura, permanezco intacto,
inafectado.
Glorioso y más allá de todos los conceptos.
Yo, el inimaginable, el Absoluto sin forma.
SOY
BUDA
Ejercicio de concentración y Meditación La Rosa Blanca.
Núria Argany
Décimo encuentro en M.L.
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